Ruedas de la vida

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Joaquín Alexander Cárdenas

—Señor Mauricio, tengo una pregunta —dije, dirigiéndome al hombre mayor cuyas canas evidenciaban su edad—. ¿Por qué el señor Sebastián está en una silla de ruedas? ¿Nació así o le ocurrió algo?

Sabía que mi pregunta podría ser difícil de responder. El señor Mauricio inhaló profundamente.

—Es complicado. Aunque te parezca increíble, su situación actual se debe a unos mangos.

—¿Unos mangos? —pensé que el señor Mauricio estaba bromeando, pero su expresión seria me indicó lo contrario.

—Sebastián nació en una comarca y creció en la pobreza. Apenas tenía para comer y desde muy joven tuvo que trabajar con sus hermanos —mientras escuchaba, me invadía una profunda tristeza por la historia del señor Sebastián.

El señor Mauricio continuó relatando que los niños trabajaban talando árboles para vender la madera. Un día, durante una pausa para almorzar, Sebastián vio a lo lejos un frondoso árbol de mangos, cuyos frutos, brillantes y apetitosos, despertaron su antojo, aunque ya había comido. Su hermano trató de advertirle sobre el peligro de subirse a un árbol tan alto, pero Sebastián ignoró el consejo.

Por la dirección que tomaba la historia, temí el peor desenlace, aunque no interrumpí al señor Mauricio, cuyo semblante reflejaba tristeza.

—Lamentablemente, al llegar casi a la cima, Sebastián perdió el equilibrio y cayó —hizo una pausa antes de continuar—. Lo llevaron de urgencias al hospital, donde tras varias cirugías lograron estabilizarlo. Sin embargo, las radiografías revelaron que su columna vertebral quedó severamente dañada, tenía varias costillas rotas y había perdido la sensibilidad en las piernas debido al daño en los nervios. Desde entonces, Sebastián ha estado en una silla de ruedas y recibe tratamiento para su condición.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde el accidente? —pregunté.

—Hace 34 años —respondió, lo que me dejó atónito.

Rápidamente hice un cálculo: ahora tiene 54 años, lo que significa que ha vivido más tiempo con discapacidad que sin ella. Era una historia desgarradora.

—¿Y qué pasó después con el señor Sebastián? —quise saber.

—El final es más feliz de lo que fue su historia inicial —dijo el señor Mauricio, intentando darme ánimo—. Sus hermanos han hecho todo lo posible para cubrir sus gastos médicos, lo han apoyado en todo momento y su situación ha mejorado un poco. Además, el seguro médico le proporciona tratamientos y le consiguió una silla de ruedas de buena calidad. Sebastián también ha encontrado un pasatiempo que se ha convertido en su trabajo.

—¿Qué tipo de pasatiempo? —pregunté, curioso.

—Carreras para personas con discapacidad —respondió con una sonrisa, probablemente por lo inesperado de la actividad.

Mauricio explicó que en Panamá se organizan competencias para personas con limitaciones físicas, como Sebastián, donde se lucha por premios para los primeros tres lugares.

—¿En qué posición suele quedar el señor Sebastián? —pregunté entusiasmado.

—Normalmente queda en segundo o tercer lugar. Teniendo en cuenta que esos puestos le dan entre 600 y 900 dólares, y que participa al menos dos veces al mes, Sebastián está ganando unos mil quinientos dólares al mes.

Su vida cambió, pero le abrió las puertas a una nueva ruta: una vida sobre ruedas.

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